martes, 23 de marzo de 2021
Determinar la densidad de siembra es un aspecto de suma importancia en el cultivo de maíz, más que en cualquier otro cultivo de grano, esto debido por una parte a las diferencias marcadas en el rendimiento de maíz en respuesta a cambios en la densidad. Es importante destacar que la semilla es uno de los principales costos del cultivo y, por lo tanto, las variaciones en la densidad implican cambios importantes de inversión. Adicionalmente, la densidad también puede influir en características de las plantas de maíz, por ejemplo, en la resistencia de caña, el anclaje y la resistencia a enfermedades o plagas, etc, que indirectamente afectan el rendimiento final del cultivo.
En maíz, al igual que en otros cultivos, el rendimiento depende fuertemente del número de granos por unidad de área. A su vez, el número de granos depende de la tasa o ritmo de crecimiento de las plantas alrededor de floración. El maíz tiene poca plasticidad reproductiva e, inicialmente, si se aumenta la densidad pueden generarse más granos por unidad de área simplemente por la mayor cantidad de plantas. Sin embargo, el aumento de densidad implica una caída en la tasa de crecimiento de cada planta y por lo tanto del número de granos (en un extremo, la tasa puede caer a niveles que producen plantas estériles e impiden la generación de granos).
De esta manera, el manejo de la densidad debe orientarse a maximizar el número de granos por unidad de área a través de un equilibro entre el número de plantas por unidad de área y la tasa de crecimiento de cada planta. La densidad de siembra también puede afectar relaciones fuente/destino que impactan en el peso de granos (y por ende también en el rendimiento).
La densidad óptima de siembra en maíz debería orientarse a:
Evitar densidades muy bajas que limiten la cantidad potencial (para cada situación) de granos por unidad de área.
Evitar densidades muy altas que impliquen caídas importantes en la tasa de crecimiento de las plantas y, por ende, del rendimiento. Dado que la tasa de crecimiento de las plantas no sólo depende de la densidad, el manejo de la misma debería considerar inevitablemente las condiciones ambientales que podría explorar el cultivo durante su ciclo (características del suelo, oferta hídrica esperada, etc.) y otras variables de manejo del cultivo.
El primer aspecto que debería contemplarse para definir la densidad de maíz es el rendimiento objetivo o posible de obtener en la situación a manejar. Ese rendimiento podría determinar un valor orientativo de densidad requerida para alcanzarlo. Como ejemplo, si el rendimiento esperado es de 14 ton/ha, asumiendo que pueden obtenerse mazorcas de 550 granos, se requerirían aproximadamente 85,000 plantas por hectárea (se supone un peso de 1,000 granos de 300 gramos). Bajo los mismos supuestos, si el rendimiento objetivo fuera de 10 ton/ha, se requerirían 60,000 plantas por hectárea. Finalmente, para una situación más restrictiva, con la posibilidad de alcanzar un rendimiento objetivo de 6 ton/ha, no aparecería limitada en un cultivo con aproximadamente 35,000 plantas por hectárea.
Más allá de la simplicidad de los ejemplos anteriores, lo que se destaca es que para definir la densidad de siembra de maíz es fundamental realizar una caracterización del ambiente edáfico e hídrico que explorará el cultivo, dado que el mismo determina la condición alrededor de la floración del cultivo (período crítico) y el rendimiento objetivo o esperado. Sobre la base de los cálculos hechos arriba, densidades de 60,000 a 75,000 plantas por hectárea permitirían lograr los altos rendimientos esperables en los ambientes más frecuentes de las zonas maiceras más productivas. Estos valores de densidad permitirían en principio obtener de 11 a 13 ton/ha, o incluso más, dado que muchos híbridos podrían generar espigas con más granos y/o granos más pesados. Sólo ante condiciones que sean muy favorables y que permitieran rendimientos mayores a los planteados (condiciones de algunos estados de México), estos niveles de densidad representarían alguna limitación al rendimiento, por lo que se debe aumentar la densidad.
La elección de densidades relativamente bajas podría contribuir a mantener pisos de rendimientos razonables ante la ocurrencia de situaciones ambientales restrictivas (tanto por las características del suelo, como por la ocurrencia inesperada de condiciones meteorológicas desfavorables). Debido a la forma en que la tasa de crecimiento del cultivo en el período crítico influye sobre el rendimiento, las densidades bajas son un elemento para reducir el estrés y mantener niveles de tasa de crecimiento que aseguren plantas fértiles. Este concepto es el que subyace a las disminuciones de densidad en este cultivo (hasta las 30,000 o 40,000 plantas) y que se observan actualmente en muchas zonas o situaciones con restricciones (por suelos someros, etc.). Sin embargo, también aplica a situaciones de alta producción: continuando con el ejemplo anterior, incluso en zonas de alta productividad, esos niveles de densidad (60,000 a 75,000) evitarían impactos negativos de condiciones ambientales desfavorables que no se puedan anticipar sin necesariamente resignar techos de rendimientos.
La determinación de la densidad no sólo depende del ambiente sino también de otras decisiones de manejo del cultivo. Una de las más importantes es la fecha de siembra. La densidad óptima es distinta para cultivos de siembra temprana que los de siembra tardía (para el mismo ambiente). Diversos resultados muestran que las densidades óptimas en siembras tardías son 10 a 15% inferiores a las de los maíces tempranos. En términos generales, esto responde a dos aspectos:
Los niveles de rendimiento medio y máximos de plantaciones tardías son menores a las tempranas.
El ambiente fototérmico que exploran los cultivos tardíos determina cambios en la estructura vegetativa (plantas de mayor porte), que permiten captura total de la radiación incidente y relaciones fuente/destino adecuadas con menores densidades y el cultivo tardío, siempre expuesto a condiciones de radiación y temperatura de llenado de granos inferiores, aumentaría su eficiencia en el uso de la radiación si las densidades son normalmente bajas.
Otro de los aspectos de manejo importantes para definir la densidad es el propio híbrido, es decir, la densidad a sembrar debería decidirse no sólo en función del ambiente y de la fecha de siembra sino también a las características genéticas del híbrido a sembrar. Hay evidencias de que los distintos materiales responden de manera diferente a cambios en la densidad. Las respuestas diferenciales radican en que la relación entre tasa de crecimiento por planta y número de granos es propia de cada material.
Asimismo, algunos materiales presentan mucha más flexibilidad en cantidad de granos por mazorca que otros, aspecto que puede contribuir al uso de densidades más bajas (para mayor estabilidad en condiciones climáticas adversas) resignando poco potencial de rendimiento. Conocer el comportamiento de cada híbrido es clave para decidir la densidad.
En resumen, la densidad de siembra es un aspecto clave del manejo del maíz. La selección de la densidad puede determinar parte importante del resultado del cultivo. La correcta elección debe basarse en una caracterización precisa del ambiente y vincularse con otras decisiones de manejo del cultivo (principalmente fecha de siembra e híbrido). Adicionalmente, la selección de la densidad debe contemplar aspectos propios del productor y su aversión al riesgo. En este sentido, debería plantearse el rendimiento máximo que aspiraría alcanzar si se dieran condiciones ambientales favorables en relación al rendimiento mínimo que quisiera superar ante condiciones ambientales desfavorables. Finalmente, es importante considerar que las condiciones de siembra (calidad de siembra y semilla) y de emergencia (temperatura y humedad) deben ser atendidas para lograr los objetivos de densidad buscados.
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